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Homenaje al esqueleto

Cuánto tiempo lleva este esqueleto andando y envuelto en trajes, sonriendo y lamentando, de cuántos lugares ha salido despavorido y a cuántos ha entrado con luz en la frente.

¡Ay de mis huesos y de su belleza indescifrable!; no saben de la admiración y del respeto que me inspiran. Si esta mano dibuja estos garabatos, no es por mis cuidados. ¡Qué fascinación, qué soplo divino les alienta!.

Si pienso en la hermosura del cráneo desnudo, en los huesecillos diminutos entrelazados y adheridos a estructuras verticales de gran tamaño, me estremezco. El color, el sonido de los huesos, su trabajo discreto y perfecto, su nobleza y despliegue constante sin exigir aplauso, agota mis palabras.

El esqueleto, siempre tan elegante y maquillado de mil maneras, es el vagón de cuanto tren se aborde, el contenedor, el transmisor humilde de ideas y emociones. El se presenta en los carnavales, e igualmente, asiste a los funerales con su carcajada impúdica, eterna e insonora.

La calavera se sienta, fuma y camina mientras observa sin soñar la eternidad que pretende obsequiarle el pensamiento. Por eso sonríe, porque se sabe calavera que toca puertas, que aguarda en los umbrales, se acomoda en la cuna, en las camas y finalmente, en el ataúd que ella misma hizo.

Ella se contonea e irradiando su gracia abandona y busca otras armazones de huesos y cuando termina cada fiesta, se va sola con su crujir a otras poltronas en donde cruza las piernas y calienta sus clavículas al sol. Nada le preocupa, se caen sus dientes y aún sonríe; se ha puesto los tacones y en la noche libera los metatarsos que arropa bajo las cobijas; su tarea se reanudará paralela al desfile de los buses y de las ollas, pisará muchas veces los mismos tapetes y se pondrá, según se le ordene, a escribir; y lo hará bien, como todos las calaveras lo hacen cuando se encuentran el lápiz y el papel que los desafía.

 

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Una casa Taller de Pintura

 

Fragmento del libro inédito "Las palabras del color", un recuento de vivencias e inquietudes sobre mi quehacer en la pintura.

Alix Echeverry Diaz.

 

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Era el jueves el día de las palabras, de la idea. Ese día cumplían la cita inaplazable aquellas personas que lentamente empezaron a necesitarse en una casa,  espacio repleto de colores donde las ideas del yo tenían eco en usted y a donde se acudía algunas veces en busca de un oyente o de una palabra para oír.

 Yo la buscaba y hambrienta de argumentos y de planteamientos nuevos, cada vez me sentía más cerca a descubrir respuestas o renovadas inquietudes pues tenía la extraña certeza de no encontrar, fuera de esas salas, empatía tan indescifrable.

 

La cotidianidad parecía huir de aquel recinto, aún cuando los rituales se dieran como en toda congregación. A ellos no les importaba mucho trasladar las cargas del diario acontecer en la forma descriptiva que normalmente se hace, sino más bien, intercambiar la idea detrás de cada hecho, la idea surgida de los hechos a los que individualmente cada uno se enfrentara, o la idea florecida espontáneamente.

 

Crearon un mundo repleto de palabras y de silencios, carente de compromisos y de  mentiras donde había respeto por la privacidad parcialmente comentada. Se hablaba de la vida en general, de las disciplinas académicas y de la relación entre la actitud artística frente a la realidad individual. Un ejercicio intelectual que conducía inevitablemente a una relación afectiva entre los interlocutores, que a fuerza de escucharse y de comunicar podían advertir la angustia personal, el sueño, la alegría, la capacidad potencial en desarrollo, la habilidad de respuesta frente a los estímulos, los recuerdos, los placeres ocultos, las bondades y los pecados sin necesidad de que se contaran. Partiendo de lo general e impersonal, cada uno, sin proponérselo daba a cada instante algo de sí y recibía algo del otro, asimilándolo casi imperceptiblemente.

 

El universo allí creado se fue convirtiendo en el refugio donde se grita a veces sin hablar, donde se lleva aquello que no se puede llevar a ningún otro sitio, donde se confiesan extraños anhelos y rupturas sin esperar comprensión, censura, ni respuesta. Solo se lleva y recibe y cada quien toma o deja lo que quiere. Allí nacieron  relaciones libres que no pretendían llegar a nada y que sin embargo se volvieron necesarias por la fuerza de la continuidad espontánea.

 

El tiempo cada vez parecía más escaso para conversar, cada vez se planteaban más asuntos que requerían una mayor profundidad y lentamente, se descubrían nuevos campos en los que valdría la pena incursionar con la certeza de poder abordarlos en grupo sin mayores tropiezos, exceptuando los límites personales. No se abrieron salas adicionales para actividades nuevas sino más bien, nuevos espacios mentales estimulados recíprocamente a través de un diálogo siempre inconcluso que no dejaba de ser interesante, en parte, porque sin pretenderlo, lograba influir en la actitud y en el pensamiento de todos.

 Fue naciendo comunidad en un recinto que se percibía hogareño, en un recinto donde no importaba qué se comía en las casas, qué se vestía a diario, cómo se hablaba con la pareja, porqué se discutía, cómo se despertaba y a qué hora, a quién se le oraba, cómo eran las celebraciones, los domingos y los festivos, de qué vecindario se gozaba o de cuánto dinero se disponía.

 

Un sitio de encuentro, una convergencia de ángulos irregulares en un lugar aparentemente informe, de líneas paralelas que van y vienen en direcciones similares pero opuestas. Del arte, la filosofía, la medicina, la cocina, la historia, el amor, la política, la guerra, los transeúntes, las ciudades, las tonterías, los miedos, las carencias, las frustraciones, la tecnología y un sin fin de cosas se hablaba y escuchaba sin concluir.

 

Los personajes extraños en otro contexto se desenvolvían con naturalidad en donde lo común era la diferencia y posiblemente, era lo esperado en ese grupo que compartía unas horas, un salón y en el fondo la necesidad de los solitarios de encontrar congéneres que compartieran la soledad que enfrentan quienes necesitan reafirmar su individualidad a través de una actividad artística.

Pasaron horas y días; y siguen pasando. La inercia personal, la inercia del grupo son mentiras inciertas, impregnadas de magia.

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Alix Echeverry Díaz

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